Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
CRÓNICA DE LOS REINOS DE CHILE



Comentario

Capítulo LXXIV


Que trata de la orden que el coronel Valdivia dio en el ejército de Su Majestad

Otro día siguiente cuando el sol salía, como hombre que todo el cuidado tenía, comenzó el coronel Valdivia a entender en lo que convenía en el ejército. Y recorrió las compañías e hizo la de los arcabuceros por si, y mandóles proveer de mecha y pólvora y de toda munición, y mandó a las compañías de los piqueros que se les proveyese de picas y mejorar las que llevaban. Visitó a la gente de a caballo y mandó les proveer de las armas que convenían para que mejor se pudiese aprovechar en su tiempo cada uno. Y ordenó los escuadrones, poniéndolos en aquella orden que necesaria y conveniente era a la jornada. Y puso el artillería adonde había de ir cuando marchase el campo, dando la orden de lo que había de hacer los artilleros con su capitán, ansí yendo marchando como cuando asentasen; quedando el general del ejército Pedro de Hinojosa en el campo cada el día. Y el coronel Valdivia tomó al mariscal y maese de campo Alonso de Alvarado para que fuese con él todos los días delante del ejército, con la gente que les parecía que convenía, dos o tres leguas, descubriendo el campo y haciendo los alonjamientos donde más a su salvo estuviesen. Y de esta suerte y con esta orden marchaba el campo muy contento de todos.

Del valle de Andaguaylas salió el ejército y comenzó a marchar, caminando cada el día la jornada que al coronel le parecía conveniente, dándola algunas veces larga por el pasar de las nieves, donde se podía recebir detrimento del frío y por la falta del bastimento, y otros días se daban menores para que se reformasen así la gente como los caballos. Con esta orden llegaron a un valle muy grande por donde pasa un río caudaloso que se dice Aporima, que está de la ciudad del Cuzco doce leguas.

Cuando el campo salió del valle de Andaguaylas, escribió el coronel Valdivia a Su Majestad, dándole breve cuenta del discurso de su vida y de su venida a servir, y de lo que le pareció más poderse extender, según el poco tiempo que tenían. Fueron sus cartas con los despachos que de allí envió el presidente a trece de marzo de mil y quinientos y cuarenta y ocho años.

En comarca de estas primeras veinte leguas que desde el Cuzco había, estaban cinco puentes que no eran de albañería, ni de madera, ni sobre barcos, sino hechas en una forma para quien la oye admirable y para quien la ve y ha de pasar. Y todas estas cinco puentes había mandado quemar Gonzalo Pizarro a fin de acudir a nos defender el paso, en sabiendo por dónde hacían muestra de pasar.

Y el coronel por desmentir estas espías, ocho leguas antes que llegase con el campo, proveyó de capitanes que fuesen con arcabuceros a cada una de las puentes quemadas. Y mandó que comenzasen hacer los aparejos con aquella diligencia que más convenía para desmentir a los enemigos, haciendo estas puentes de unas crisnejas de unas vergas a manera de mimbres y torcidas como gruesas maromas, y atados de una parte a la otra del río en gruesos cimientos de piedras, y divisas una de otra aunque atadas bien en cada puente. Echaban cinco y seis maromas y encima rama y tierra, y por éstas pasaba la gente.

Cuando el coronel Valdivia despachó aquellos capitanes a las puentes, despachó un vecino del Cuzco que en el ejército iba, que se decía Lope Martín, éste era lusitano, para que así mesmo hiciese con indios aquellas maromas, como los demás, para hacer la puente del río de Aporima. Y cuando el ejército allegó dos leguas del río, se adelantó el coronel a visitar la gente que estaba aderezando las maromas, jueves de la cena, por un camino muy áspero y agro. Y vio la disposición de la puente y sitio de ella donde se había de hacer. Y viendo que ya estaban hechos los aparejos y materiales, mandó a Lope Martín que tuviese aviso y no atase ni pasase las maromas en ninguna manera de la otra banda, y que no entendiese más de estarse allí guardándolo todo hasta que viniese todo el campo y él en persona volviese allí, y aunque le enviase a decir que las armase, no lo hiciese hasta que él viniese a lo mandar, porque así convenía al servicio de Su Majestad y bien y conservación de su felicísimo ejército. Respondió Lope Martín que ansí lo haría.

Luego el Viernes de la cruz tornó el coronel a subir la ladera y fue a donde estaba el campo, y allegado luego, se ajuntaron el presidente y el coronel y todos los capitanes para acordar en lo que se había de hacer. Demandaron al coronel que dijese su parecer. Respondió que el parecer era que luego en aquella hora se levantase el campo y pasase aquellas dos leguas de camino con toda brevedad. Y acordando todos en aquello, mandó el coronel apercebir para que luego, sábado víspera de Pascua de flores, se levantase el campo. Y marchó lo que pudo.

Y otro día siguiente, de Pascua primero, comenzó a marchar delante del ejército el coronel Valdivia y el mariscal Alonso de Alvarado, como lo tenían de costumbre. Y a hora de tercia toparon un fraile francisco, que se decía fray Bartolomé, que venía la cuesta arriba con gran prisa, y dio nueva al coronel cómo Lope Martín, el que estaba guardando las maromas para hacer la puente, no curándose de lo que le habían mandado, pareciéndole ganar, no sabiendo lo que se aventuraba, echó de la otra parte del río los cabos de las maromas para atarlas y hacer la puente el sábado. Y aquella noche vinieron sus adversos y la quemaron. Y con el temor todos los indios amigos se habían huido. En aquello mandó a dos capitanes arcabuceros que con él iban y con el mariscal, que le siguiesen, que no era tiempo de volver a comunicar aquella cosa con el presidente, que venía en la retaguardia.

Y ansí caminaron con el coronel doscientos arcabuceros y con ellos el capitán Palomino. Y mandó dejar el artillería en medio de la cuesta una legua del río, y mandó bajar todos los indios que la traían con cuatro tiros pequeños de campo, para poner en la resistencia de la puente, porque si viniese alguna gente de los adversos, los echasen de allí.

Allegado el coronel y el mariscal y el capitán Joan Palomino con sus doscientos arcabuceros a la vera del río, bien era antes que el sol se pusiese, llegado allí, el coronel mandó pasar a nado cien arcabuceros con el cabo de la cuerda que había hecho con gran diligencia con los indios que el coronel había sacado de los que traía con el artillería. Y mandó que en ellas pasasen aquella noche toda la más gente que pudiese de la otra parte. Estando el coronel Valdivia con los doscientos hombres, se hizo la puente.

Otro día siguiente, que fue segundo día de Pascua, allegó el presidente con todo el campo a la orilla del río. Y en estos tres días de pascua al último se acabó de hacer la puente, que en este tiempo no se apartó un momento de allí el coronel hasta que la vio acabada.